Eco de una verdad perdida (CASO 941)

Bárbara apuraba el paso por la calle Arenal de Madrid, sentía que alguien la perseguía y sentía que cada vez lo tenía más cerca.

Eran las cuatro y treinta y dos minutos de la mañana de un martes en la capital y no había mucha gente. Aceleró el paso hasta el metro de Ópera, donde pensó que se encontraría a más gente. Estaba desierto.

De repente giró su cara y divisó una sombra con forma humana corriendo detrás de ella.

Bárbara echó a correr en dirección al Teatro Real. Mientras corría, uno de sus tacones se partió.

 —Joder! ¡Ahora no, joder! —bramó.

Se quitó los tacones, los lanzó y siguió corriendo descalza.

La sombra que la perseguía cada vez estaba más cerca.

Bárbara siguió corriendo, aunque sus pulmones ya no podían coger más aire. Sentía que iba a desfallecer en cualquier momento.

Llegó hasta el monumento de Felipe IV y miró a su alrededor. Por unos diez segundos sintió alivio, no vio a nadie cerca. Sacó su móvil y se puso a escribir rápidamente un WhatsApp, hasta que la sombra volvió a aparecer y desesperadamente saltó al monumento, se metió dentro del agua e intentó escalar por los leones para llegar hasta arriba y poder estar a una altura donde nadie la alcanzara.

Ya estaba a punto de llegar al pedestal, a los pies del caballo de Felipe IV. Se veía salvada.

Cuando llegara arriba, llamaría a la Policía y estaría a salvo. Se alegró de no haber dejado esas clases de endurance que la mantenían activa.

Y justo en ese momento, con Bárbara ya viendo su escapatoria, la sombra vuelve a aparecer y, sin que ella lo vea, saca una pistola con silenciador y aprieta el gatillo, dos veces, apuntando a la espalda de Bárbara.

Bárbara mira hacia abajo y ve dos agujeros de bala en su cuerpo. La habían atravesado, era una pistola muy potente… La sangre empieza a salir a borbotones mientras tose y se da cuenta de que es el final. Sus manos no la sostienen más y cae sobre la primera concha de agua del monumento…

Mira al cielo, boca arriba, tosiendo aún. A veces se le olvidaba lo bonito que era el cielo de Madrid… Sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida, respiró profundamente, dejó que cayeran sus lágrimas y en su último suspiró se le oyó decir:

—Perdóname, Gala…

Cerró los ojos para no abrirlos nunca más.

La sombra desapareció.

Me han concedido el Sello Maestría, que aparece en portada, y es el reconocimiento de ser una de las mejores obras de la editorial Universo de Letras.
Han sido meses maravillosos creando esta historia, y en breve las tendréis en vuestras manos.

– Miriam P. Herranz

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